Universidad
de Chile
SIMBOLOGÍA DEL AGUA EN LA POESÍA DE MIGUEL ARTECHE
Tesis
para optar al grado de
Presentada
por Santiago,
Chile Dedico
este trabajo a la profesora (Este
trabajo fue ampliado en 1996 para incluir la obra Fenix de Madrugada).
INTRODUCCIÓN Conocí
al poeta Miguel Arteche, Premio Nacional de Literatura 1996, en el año
1978, época en que no había en Chile muchas instancias abiertas
a compartir las experiencias literarias. Ese año se instaló
el poeta en la Bilioteca Nacional de Santiago, con el propósito
de dirigir un taller de poesía para jóvenes principiantes.
El taller tuvo tal cantidad de asistentes que era imposible mostrar la
creación propia más de una vez en el semestre. Sin embargo,
la seriedad y rigurosidad con que él impartía consejos,
críticas muchas veces dolorosas para el aspirante a
poeta plantearon en muchos de nosotros un desafío por
trabajar al máximo en la búsqueda de la palabra poética
como forma de expresar lo indecible. Arteche nos enseñó
la importancia del equilibrio entre forma y fondo, la virtud de la brevedad,
la contención en el uso de la metáfora, la apreciación
de los símbolos, mitos y fantasías que adquieren existencia
objetiva en la obra de arte, especialmente en la poesía, donde
estos elementos, convocados por la particular
I. AGUAS ORIGINANTES 1.1.
El agua de la infancia. VI Como
cae en los cristales Como
llueve ese olvido Como
todo lo que siento y que me roza, Más
tarde, experiencia y oficio, transmutan el agua y la convierten en fuente
de vida, en ente cósmico y purificador y, sobre todo, en una revelación
del tiempo y su transcurrir como un viaje hacia la muerte, ciclo de la
vida que no termina: el agua gira con una esperanza de vida eterna. Desde
esta infancia sostenida por el agua, el poeta ve la posibilidad de la
creación a través del sueño, en cuanto éste
es vehículo del inconsciente. ¿Recuerdas
tú la lluvia ("Un estudiante mira a su pasado", Solitario mira hacia la ausencia)
El poeta, desde su presente, observa la lluvia que "se cuela sobre esos libros que están en su memoria": los libros que rodearon su infancia y que fueron el germen, quizás, de esos otros libros que vendrían después, fruto de su propia creación: Como entonces,
¡dejar "Cuando llueve, todo
el mundo se llena de sonidos. Cuando la lluvia no cae, el mundo se ha
detenido, está muerto. Cuando va a llover, cuando se cierne la
lluvia sobre Los Angeles, el mundo se prepara para recibir los ecos que
brotan de todos los lugares. El mundo espera que se haga lluvia, que nazca
el agua, y el agua es mucho más que la lluvia; ésta es una
parte del agua de toda la tierra, y la tierra, todo el planeta es Los
Angeles, donde está el centro del universo: que es el universo. ORÍGENES Galernas en la
noche. El mar Cantábrico ¿De dónde
el hueso adusto, el cráneo férreo?, Para Bachelard "el
sitio en que se ha nacido es menos una extensión que una materia;
es un granito o una tierra, un viento o una sequedad, un agua o una luz.
En él naturalizamos nuestras ensoñaciones; gracias a él
nuestro sueño cobra una sustancia justa; a él le pedimos
nuestro color fundamental (...)" (16) CANCIÓN DE HORTENSIA Esta flor saxifragácea Y si la lluvia
angulosa Nunca tendrás
la presencia Más aún,
ya que "la ensoñación del niño es una ensoñación
materialista (...)" y "sus primeros sueños son los sueños
de las sustancias orgánicas" (19), el agua, como material, ha impregnado
los primeros sueños del poeta desde su infancia, grabando en su
conciencia el agua de su sur originante. "Hay horas en que el darse cuenta
recupera las imágenes de su carne infantil. Los poemas cuya raíz
es tan profunda tienen a menudo un poder singular. Los atraviesa una fuerza
y el lector, sin pensar en ello, participa de esa fuerza original, sin
ver ya su origen. (20) REGRESO Pasas por soles,
llegas a esta tierra: Hay un rumor de
lápiz en la noche, Estabas silencioso
de improviso Cuán lejos,
cuántos años, cuán presente Como se ha podido
observar, el hablante ha sacado su pasado de la temporalidad, para transformarlo
en un hoy mítico, a través de la infancia. NACIMIENTO Los bosques brotan
lácteos del vientre de la madre. Apúrate.
Que claman. ¿La voz allende? ¿Es otro Como otros ejemplos de alusión a la boca y su proximidad con el agua, podemos citar los versos siguientes: te he de encontrar, ("Cielo tenebroso sobre París", Solitario...) Ahora, cuando las
cosas retornan; En esta primera parte
del capítulo, el punto de partida ha sido el dato objetivo de la
presencia de la lluvia en el período de formación concreta
y particular del poeta en su niñez. Más adelante, hemos
mostrado la representación del agua en forma referencial, denotativa,
en la etapa de formación del poeta como tal. 1.2. El agua
madre. LA NOCHE TRAS EL ÁRBOL DE ORO La noche tras el
árbol de oro, La misma imagen del árbol de la Vida, surtidor de dones, emplazado sobre una colina, surge unida a la idea cristiana de la Redención del hombre por parte del hijo de Dios en: Hasta que surja
el árbol que mane Pan y Sangre Estas aproximaciones
tan diversas no parecen ser coincidencia, ya que de acuerdo al pensamiento
de Carl G. Jung, los mitos están emparentados con los productos
del inconsciente. Así, el adulto, al concentrarse en un proceso
de introversión, encuentra primero recuerdos de su pasado individual.
Pero al intensificar la introversión, se pueden rastrear vestigios,
vagos al comienzo, luego más nítidos y numerosos, de un
estado espiritual arcaico. Este estado se manifiesta en los arquetipos,
que son "formas universalmente existentes y heredadas cuyo conjunto constituye
la estructura de lo inconsciente. (...) Los arquetipos son aquellas formas
o cauces por los cuales fluyó desde siempre el río del acontecer
psíquico." (36) Si te inclinabas En este poema es la madre la que posibilitaría la unión con el amado. Y en "Cuna", el tú, que es un otro, pero también es yo y todo hombre, son llevados en cuanto están en el tiempo-río-agua, hacia un mar, agua materna. Uniéndose origen y fin como algo a lo cual el hombre es pasivamente llevado: "llevándote en la cuna / hacia el mar de la madre". En este poema se une agua-madre con agua-tiempo, símbolo del cual nos preocuparemos en forma extensa en el Capítulo 3. Fluye cerca de
ti. Los ojos asombrados Un fin amenazador se cierne, en cambio, en: Me cavas, me latigas,
ay, me sueñas En "Navidad" la presencia del agua-madre reviste una connotación deseante, por la cual se eleva la petición del hablante: todo
el cielo de parto, Estas
citas pretenden mostrar la presencia del tema recurrente que
2. AGUA PURIFICADORA "La
lluvia se ha metido en mi poesía, pero no como una anécdota
más para
ser contada, sino como un símbolo de que el mundo sólo podrá
El poeta
lo dice y lo dice la Biblia. Las aguas lavan los pecados, purifican y
regeneran. En cualquier contexto religioso en que se encuentren cumplen
la misma función. LLUVIA Sobre
mi corazón la piedra llora La
lluvia empuja el corazón: la puerta El
mundo tiembla bajo la mañana. Tal como
en la tradición cristiana el diluvio puede compararse con el bautismo,
en los antiguos mitos y rituales la libación funeraria tiene su
paralelo en las lustraciones de los recién nacidos o en los baños
primaverales que otorgan salud y fertilidad. "Como
la cierva anhela
EL CENTINELA Oteando
la extensión, el mar de piedra, Y
cuando todo vacilaba y era En este
poema, ya desde el título, vemos desplegarse un modelo que sobredetermina
todo el texto. El sustantivo "centinela", segun el Diccionario de la Real
Academia Española, en su primera acepción, significa: "soldado
que vela guardando el puesto que se le encarga", y en sentido figurado:
"persona que está en observación de alguna cosa". Además,
por el hecho de que "centinela" está precedido por el artículo
"el", denota, más que a un centinela particular, a todos los centinelas,
a la esencia misma de los centinelas. El centinela es un ser que aguarda,
que está en espera de algo, abierto, por lo tanto, en situación
de posible objeto de revelación. El
río oscuro bajo estrellas ("El tierno laberinto", Noches) y trae nostalgias de lugares distantes y de una voz interior que espera en la noche en: La
distancia que cae en esa luna Sin embargo, en el largo poema "Otro continente", en su III parte: El regreso, vuelve a instaurarse el agua con su propiedad purificadora: ..........................................¡Oh
lluvia: limpia, lava También en la "Cantata del Pan y la Sangre" hay numerosas alusiones al agua como fuente de vida y purificación: Adán
y Eva: "Coro: Y
el agua será nuestra Piedra. La Piedra donde broten Más adelante, el agua transmutada en sangre lustral: "Sus
gotas de Sangre asperjaron firmamentos y más firmamentos." "Cristo: Cae mi Agua y mi Sangre para limpiar tinieblas." Hay poemas
en que encontramos la imagen del árbol calcinado, en los cuales
persiste la idea de purificación a través del agua y del
fuego. En el poema "Torres", por medio de una objetividad que integra
agua y fuego como una unidad: el fuego destruye, en cambio la lluvia limpia
y regenera, manteniendo la identidad. El fuego convierte a otra forma
de ser, dando nacimiento a un hombre nuevo. La lluvia es fuego que viene
de lo alto produciendo una purificación sobrenatural. Calcinadas
encinas por la lluvia En el siguiente poema, el árbol es nuevamente quemado, aludiendo a un estado purificador: Los
muertos gritan, suben a la tierra En cuanto a la imagen del extenso mar de piedra que el centinela otea, nos la encontramos también en "Otro continente, I parte: la Ascen-sión": La
invencible mañana: las fuentes del estío: (Antología...) En torno a la imagen del caos y de la noche antes del descubrimiento del cosmos, hay también un número notable de expresiones que apuntan a lo mismo: "estar perdidos", "caminar oscuramente", "trabajar en la penumbra", "extraño", "ignora", "silencio", "confusamente", "inmerso en las tinieblas", "hundido en la profundidad", "perdido a solas", "sin respuesta", "yertos", "noche", "muertos": y
en el presente somos ....................................................Y el planeta camina
oscuramente, trabaja en la penumbra,. confusamente
nace por todos los principios Tinieblas
que allí están. Si no las veo ("Tenebrae", Destierros...) ¡Pero
qué oscuras son aquí las olas El
pozo que está allí no me responde. ("Pozo", Destierros...) Guardianes
de las aguas: abrid las puertas: canta ("El ojo", Destierros...) para cerrarse en la trágica afirmación de la "Cantata del Pan y la Sangre": "Y en la tierra la Muerte vagó sin adversario". Finalmente, en la "Tercera Invocación a Nuestra Señora del Apoca-lipsis" se despliega una descripción esencial del agua y de su modo de acción purificadora. El poema está estructurado en la forma de verso letánico al final de cada estrofa, lo que le da el carácter de una plegaria: TERCERA INVOCACIÓN Madre
Final: desciende de tu cuerpo. Madre
Final: el sol plañe en el cielo. Madre
final: tu puerta en el destierro. Madre
final: ¿nos sigues sosteniendo? Madre
Final: el pobre está desierto. Madre
Final: el polvo está muriendo. Madre
Final: sostén al mundo yerto. Madre
Final: la furia del estiércol Madre
Final: descíñenos del tiempo. Madre
Final: no volverá el recuerdo. Madre
Final: el lino de tu cuello Madre
Final: tu mano abrió los sellos. Madre
Final: la llama abrió tu espejo. Madre
Final: Los degollados fueron Madre
Final: el puño de los truenos Madre
Final: se ha levantado el viento. Cae
el agua final sobre el silencio. Para
destacar algunas marcas especiales del texto en relación a la perspectiva
elegida en este trabajo, presentamos, no un análisis exhaustivo,
sino una simple paráfrasis interpretativa. La gran extensión
del poema nos detendría largamente si pretendiéramos un
análisis textual profundo y ello no es nuestro objetivo hoy.
3. EL AGUA TIEMPO
Los pueblos primitivos intentaron dominar la temporalidad a través de sus concepciones míticas del tiempo sagrado, pero el hombre moderno, perdida la fe en el mito, mantiene el intento de superar el tiempo a través del arte. Todas las civilizaciones llamadas tradicionales o antiguas están conscientes de haber perdido un paraíso primordial y se consideran en estado de caída. Aunque las características del mito varían de una civilización a otra, hay algunos rasgos comunes a todas ellas: la inmortalidad de los hombres, la innecesariedad de trabajar para obtener su subsistencia que lograban naturalmente, la proximidad del cielo a la tierra, y la sumisión de los animales que les obedecían. Así pues, para las civilizaciones tradicionales, la perfección estaba en los orígenes y no en un porvenir improbable. Ellas integraban al individuo en sus estructuras con precisión, proporcionándole la sensación de ser indispensable donde se encontrara o para lo cual había sido preparado. Hay entonces, una voluntad expresa de regresar al estado primordial considerado como perfecto y, en todo caso, no avanzar más en la caída, porque el hombre, de un punto al otro del espacio, más allá de las tradiciones, considera que ha llegado a ser: mortal, sometido a la temporalidad que es ruptura y deterioro, sujeto a la carne y condenado al trabajo, a causa de su rompimiento con los dioses. Es por ello que en este tipo de civilizaciones el mito primordial es la única historia digna de interés: se confunde con la historia de la condición humana y recuerda en todo momento la integridad original del hombre. Sin duda existe un futuro y un pasado, pero sin otro contenido que los ayeres y los mañanas. Para el hombre primitivo es absurdo transcribir el tiempo en términos de espacio. Desplazar un objeto hacia el pasado no significa necesariamente llevarlo hacia atrás, hacerlo retroceder: no es más que devolverlo a sus elementos más simples, a un estado primordial. En las civilizaciones tradicionales, cada sociedad, consciente de su origen celestial, evita aumentar el desequilibrio inicial causante de la caída. Busca permanecer estable a fin de no aumentar la distancia que la separa de su arquetipo. (54). La concepción cíclica del cosmos y de la historia puede mostrarse en la tradición de los diluvios que reúnen la idea de resorción de la humanidad en el agua y la institución de una nueva época, con una nueva humanidad. Una época es abolida por la catástrofe y una nueva era comienza, dominada por hombres nuevos. Esta concepción cíclica es confirmada también por la convergencia de los mitos lunares con los temas de la inundación y del diluvio, porque la luna es el símbolo por excelencia, del devenir rítmico, de la muerte y de la resurrección. Las fases lunares se encuentran en estrecha ligazón con las inundaciones y el diluvio, que aniquilan la vieja humanidad y preparan la aparición de una nueva. El diluvio es un fenómeno cósmico que se repite entonces por una necesidad cíclica. Las aguas no pueden sobrepasar su condición de virtuales, de gérmenes, de latencias. Todo lo que es forma deja de ser virtualidad; las formas caen bajo las leyes del tiempo y de la vida: adquieren límites, participan de la historia y del devenir universal, se corrompen y terminan por vaciarse de su sustancia, a menos que se regeneren por inmersiones periódicas en las aguas o queden sometidas al diluvio seguido de la cosmogonía. Por tanto, todo contacto con el agua, cuando se practica con una intención religiosa, resume los momentos fundamentales del ritmo cósmico: la reintegración en las aguas y la creación. (55) Pero la experiencia del tiempo entre los pueblos primitivos no equivale jamás a la experiencia de un occidental moderno. Por una parte, el tiempo sagrado se opone al tiempo profano. Por la otra, este tiempo profano presenta tipos diferentes de estructuras según se trate de sociedades arcaicas o de sociedades modernas; pero aun la experiencia del tiempo profano en los primitivos no está desligada de las categorías del tiempo mítico religioso. Es un hecho que esta experiencia del tiempo deja a los primitivos una apertura permanente al tiempo religioso. Es decir, la estructura misma de la experiencia temporal de los primitivos les facilita la transformación del tiempo en tiempo sagrado. Para la mentalidad primitiva el tiempo no es homogéneo. Cada religión conoce días felices y días nefastos. En el curso de un mismo día hay períodos de tiempo "concentrados" y períodos de tiempo "diluídos". Esta dimensión del tiempo puede ser revelada o causada por los ritmos cósmicos o por la vida religiosa misma de las sociedades humanas. La idea de renovacióon comprende una renovación individual y una renovación social, al mismo tiempo que la restauración del cosmos. La periodicidad, la repetición y el eterno presente, son tres características del tiempo mágico religioso, que concurren a aclarar el sentido de no homogeneidad de este tiempo sagrado. En la época mítica todo era posible. Las especies todavía no estaban fijadas y las formas eran fluidas. Van der Leeuw afirma: "Un rite est la répétition d'un fragment du temps originel" y "le temps originel sert de modèle a tous le temps. Ce qui s'est passé un jour se répète sans cesse. Il suffit de connaître le mythe pour comprendre la vie". (56) En esta afirmación se apunta a las dos características esenciales del tiempo mítico, según los contextos sagrados, mágico-religioso y hierofánico: su repetibilidad, y el hecho de que está situado más allá de toda contingencia, de un cierto modo, en la eternidad. La periodicidad es sólo consecuencia de estas categorías esenciales. Este tiempo sagrado tiene en la historia un comienzo, es decir, el momento en que la divinidad ha creado y organizado el mundo. Desde el punto de vista de la espiritualidad arcaica, todo principio es illud tempus, seguido de una apertura hacia el Gran Tiempo, hacia la eternidad. El primitivo no encuentra en las acciones humanas significado ni interés más que en la medida en que se repiten gestos revelados por las divinidades, los héroes o los ancestros. Pero todas las acciones arquetípicas han sido reveladas in illo tempore, tiempo no cronológico, por lo tanto, mítico. Al ser reveladas, el tiempo profano se ha roto y dichas acciones han sido instaladas en el mito. Por tanto, el tiempo viejo, profano, histórico, puede ser abolido, y el tiempo mítico, nuevo, regenerado, puede ser instaurado por la repetición de la cosmogonía. Si el simbolismo acuático y lunar ha jugado un rol tan importante en la vida del hombre arcaico, es justamente porque hacía evidente y transparente la abolición y el restablecimiento ininterrumpido de las formas, la desaparición y la reaparición cíclicas, el eterno retorno a los orígenes. En todos los planos, desde la cosmología hasta la soteriología, la idea de regeneración está ligada a la concepción de un tiempo nuevo, es decir, a la creencia de un comienzo absoluto al que el hombre puede acceder. Sin embargo, todo ciclo cósmico contiene una creación, una existencia y un retorno al caos, es decir, una fusión completa de todos los elementos. Lo más interesante en este contexto es la esperanza de una regeneración total del tiempo, evidente en todos los mitos que implican tiempos cósmicos. El hombre en todo tiempo ha deseado abolir el tiempo profano e instalar su vida en lo sacro. Así, la nostalgia de la eternidad es, de algún modo, parecida a la nostalgia del paraíso. Al deseo de encontrarnos perpetua y espontáneamente en un espacio sagrado, corresponde al deseo de vivir perpetuamente gracias a la repetición de gestos arquetipales, en la eternidad. Esta repetición acusa el deseo paradójico de realizar una forma ideal (el arquetipo) en la condición misma de la existencia humana, al encontrarse en el tiempo sin sobrellevar su carga, es decir, sin sufrir la irreversibilidad. Esta misma nostalgia permanece en el arte en cuanto a fijar un momento del tiempo sucesivo para instalarlo en un tiempo que permanece. El mito se transforma en símbolo, se sale de su instancia religiosa, para convertirse en obra de arte. En el caso de Arteche, y en su propia expresión: "la palabra (...) nace en el tiempo pero con ella se derrota al tiempo". Unidas a la idea de la necesidad de que un ciclo sea destruido para que otro se instaure, surgen las historias del diluvio, capaz de disolver las formas y retornarlas al caos. Así tenemos, por ejemplo, la versión maya del fin del mundo, representada en una ilustración que aparece en el códice de Dresden. En este manuscrito se muestran los ciclos de los planetas con cálculos de vastos ciclos cósmicos. Los números que aparecen al terminar el texto, ilustrados por una serpiente, representan períodos de unos treinta y cuatro mil años. En la última página, que presenta la destrucción del mundo, aparece "la serpiente de la lluvia, que se extiende por el espacio y deja caer torrentes de agua. Grandes corrientes de agua brotan del sol y de la luna. La vieja diosa, la de las garras de tigre y el aspecto imponente, la malévola patrona de las inundaciones y de los aguaceros, vuelve la vasija de las aguas celestes. Los huesos cruzados, símbolo temible de la muerte, decoran su falda, y una serpiente enroscada adorna su cabeza. Debajo, con su lanza que apunta hacia la tierra y simboliza la destrucción universal, el dios negro se adelanta, con una lechuza chillando encima de su temible cabeza." (57) Al alejarnos de la concepción temporal de hombre arcaico nos encontramos con que "en la experiencia occidental posthelénica sobre todo en la cristiana se entrelazan dos formas paralelas de temporalidad: una, percibida en el mundo físico y animal: recurrente, continua, circular; y al lado de ella, o mejor, por sobre ella, la temporalidad histórica y personal: discontinua, irreversible, lineal: (58). En el primer caso, la naturaleza se renueva cada día y lo múltiple converge en la ley y en la unidad de lo universal. En el segundo caso, el hombre se enfrenta dolorosamente a lo irrepetible, experimenta la fuga y la destrucción continuas. A partir del cristianismo, el hombre se traslada de su tiempo ritmado y protector hacia una nueva temporalidad lineal de la historia. Desde esta temporalidad abierta surge la idea de una historia humana, con sentimientos alternantes de progreso y plenitud y de pérdida irreparable. Pero el cristianismo trae una gran revolución espiritual con la certeza de la restauración final del ser humano. Afirma la convergencia, la consumación de los tiempos y la superación definitiva de la soledad. (59) Cuando el hombre pretende explicarse su existencia a través de la razón y desecha como explicaciones valiosas las mítico-religiosas, surge con los pensadores griegos la filosofía: el hombre griego, después de haber creído en tantos dioses, concluye no creyendo en ninguno e inicia un camino de búsqueda a través del razonamiento, hecho que indudablemente desintegra su realidad total. Es así como en esta perspectiva surge la definición del hombre por su racionalidad, definición que no incluye una capacidad humana tan poderosa, cual es la imaginación. Para Aristóteles nada hay en el mundo que no pueda ser destruido por el tiempo ni medido y determinado por él. Establece que el tiempo no puede ser una cosa, una sustancia. Así, Aristóteles define: "El tiempo es el número del movimiento según lo anterior y lo posterior" (60). Es decir, que así como las cosas se pueden contar con números, así el tiempo con su unidad doble "anterior y posterior", puede contar el movimiento natural y la historia. Por lo tanto, para Aristóteles, el tiempo no es idéntico al movimiento, pero no puede existir sin él, y siendo el número la medida de las cosas, puede ser que el tiempo sea una clase de número del movimiento. O sea que sólo en la medida que percibamos algún movimiento o cambio en la realidad, llegamos a percibir el tiempo. (61): "Es imposible que el movimiento comience o termine: fue siempre. Y así también el tiempo: que no podría existir el antes ni el después si el tiempo no existiera ya". (62) Concluyendo, el tiempo se antecede y se sucede a sí mismo, y no puede ser limitado a no ser por él mismo. Es absolutamente positivo y necesariamente infinito. (63) Siglos después, San Agustín, reflexionando sobre el tiempo, delimita el carácter subjetivo de lo temporal para el hombre: "Sin embargo, Señor, sentimos los intervalos de tiempo y los comparamos entre sí y decimos que unos son más largos y otros más breves. También medimos cuánto sea más largo o más corto un tiempo respecto de otro y decimos que éste es doble o triple y aquel sencillo; o que éste es tanto como aquel. Pero nosotros medimos los tiempos que pasan, cuando sintiéndolos los medimos; mas los pasados, que ya no son, o los futuros, que todavía no son, ¿quién los podrá medir? A no ser que se atreva alguien a decir que se puede medir lo que no existe. Cuando pasa, pues, el tiempo, puede sentirse y medirse, pero cuando ha pasado ya, no puede serlo, porque no existe ya." (64) En cambio, para Kant, "el tiempo está dado a priori" (65), es decir que para que el hombre pueda conocer, tener experiencia de cualquier cosa, la representación ordenadora del tiempo debe hallarse ya operando en su espíritu. El tiempo "tiene" que estar instalado ya en él cuando le ocurren los hechos conscientes. Es imposible suprimir el tiempo como referencia de fondo de cualquier ocurrencia dentro de sí. (66) Félicien Challaye, en un intento de sintetizar el pensamiento filosófico occidental sobre la temporalidad, afirma que se puede distinguir la apreciación subjetiva y la apreciación objetiva del tiempo. Es subjetiva cuando el hombre no utiliza ninguna medida externa a su conciencia. Varía de individuo a individuo. Así, para algunos, el tiempo pasa con mayor prisa que para otros. También varía según las circunstancias. Esta apreciación subjetiva del tiempo llega a ser enteramente inexacta, por ejemplo, en el sueño, el ensueño o los desvaríos provocados por agentes alucinógenos. Pero para el desarrollo de la vida en sociedad, el hombre ha definido medidas objetivas, interindividuales, valederas para todos, tomando como base los movimientos del sol y de la luna, distinguiendo el día de la noche; la mañana, el mediodía y la tarde. Se han utilizado instrumentos, relojes de sol y de arena, clepsidras, péndulos y cronómetros. Por su parte, Bergson, a comienzos de siglo, propone distinguir la duración y el tiempo: la duración concreta y el tiempo homogéneo. La duración concreta es la que el hombre siente sin prestar atención a las transformaciones del mundo exterior. Siente transcurrir una sucesión de sensaciones, juicios, placeres, dolores o deseos. Es la vida interior misma. Está siempre llena, es heterogénea, compuesta de estados diferentes; y es limitada: el hombre se detiene siempre en un punto desde el cual mira hacia adelante o atrás. Escapa a la división y a la medida porque no se divide ni se mide sino sobreponiendo. Es completamente móvil. El tiempo homogéneo, en cambio, es el que se observa en la marcha de una aguja o un cronómetro. Una hora es igual a otra hora. El tiempo es concebido como vacío: es un continente indiferente de su contenido. Es ilimitado, infinito. Mensurable y divisible. Es un tiempo concebido sobre el modelo del espacio, un tiempo especializado. De acuerdo a la escuela sociológica de Durkheim, la duración concreta es una forma individual, en tanto que el tiempo homogéneo es una noción social. En la perspectiva de los pensadores que se preguntan a partir de sus investigaciones científicas, Newton coloca al mundo en un tiempo absoluto, independiente de los fenómenos que se cumplen en él y Einstein, a la inversa, elimina este absoluto. No existe el tiempo absoluto, valedero para todos los mundos, común a todas las porciones de materia, no hay simultaneidad absoluta. El tiempo de dos sistemas de comunicación no es el mismo. El tiempo físico sólo existe cuando ha sido medido. Este tiempo al cual se aplica la física de Einstein es el tiempo espacializado. Pero este tiempo es espacio hasta que nuestra conciencia "vuelve a insuflar en él duración viviente". (67) Si volvemos al pensamiento de las sociedades arcaicas, en donde el mito primordial era lo más importante y la concepción cósmica del hombre dependía de los ciclos naturales y los rituales eran representaciones repetidas en un eterno presente, vemos que se contrapone con el pensamiento ulterior en cuanto a que la temporalidad se convierte en lineal y la razón humana comienza a preocuparse del transcurso y del final irreversible de la vida. El cristianismo, por su parte, establece una cierta forma de puente entre ambas concepciones, al comprender al hombre inmerso en el tiempo lineal, apuntando al tiempo eterno como meta, e incluso, estableciendo instantes privilegiados, en que ambas temporalidades se tocan a través de ciertos signos eficaces, como acontece con los sacramentos y en el ritual de la Misa, concebida como reiteración constante del misterio de la Redención. Sin embargo, antes de esto el hombre encontró un modo de exorcisar la temporalidad y el deterioro, éste fue el mito, que al perder su eficacia dio origen al símbolo, que encuentra su máxima expresión en el arte. En el arte occidental se han conocido transformaciones radicales, hablando incluso de una "destrucción" del lenguaje artístico, del universo establecido, como una regresión al caos. De hecho, el artista, en muchos casos, destruye sistemáticamente lo que lo precede, para instaurar algo diferente, o sencillamente, para aniquilar lo que no fue para él una vía eficaz de expresión. En el caso de la poesía de Miguel Arteche, el deseo de regreso a los orígenes, la necesidad de exorcisar el tiempo, se ha cuajado en diferentes símbolos en relación al agua (en cuanto es lo más fluyente ante nuestros sentidos): agua como símbolo de origen, purificación, regeneración y temporalidad. Quisiéramos cerrar esta etapa citando las palabras de Heráclito: (68) Como las aguas "entramos y no entramos en los mismos ríos: somos y no somos" (fragmento 49 a). Así el hombre se integra a la naturaleza. Agrega el filósofo: "Diversas aguas fluyen para los que se bañan en los mismos ríos. Y también las almas se evaporan en las aguas" (fragmento 12). El alma es lo más íntimo del hombre y, al evaporarse en las aguas, está sujeta a la desaparición. Hemos afirmado la presencia del agua unida a la temporalidad en la poesía de Arteche, pero esta presencia se despliega de diferentes formas: agua-recuerdo, como posibilidad de remontar lo recorrido; agua, como intento de detener el tiempo; agua, como transcurso hacia la muerte; y agua-mar, como asiento de la muerte y fin del transcurso. 3.1. Agua recuerdo: Posibilidad de remontar lo recorrido. La preocupación por la temporalidad aparece tempranamente como uno de los temas más recurrentes en la poesía de este autor, y encuentra una primera concreción en el recuerdo. Ya en "Una nube" ( del año 1948) encontramos imágenes como: Vives ahora como nunca lo hicieras (El sueño) Aquí se hace evidente la nostalgia del tiempo ligado a la lluvia y el agua. Como este poema, hay muchos otros ejemplos en sus obras primeras, de los cuales citaremos sólo algunos versos que nos parecen significativos: el río del olvido ("Niebla", Una nube) (69) el alto otoño vino entre los ríos (...) Todo ha quedado atrás. Todo resuena ("Nube de invierno", Una nube)
y los posibles ríos del amor qué lejanos¡ (...) Ausente ya tu ausencia sobre la madrugada ("Qué relámpagos hondos", Cantata del desterrado) (70)
Cuando la lluvia tenue detiene los recuerdos (...) vibra tu mano rota mordida por la lluvia. ("Arpa rota en la lluvia", Solitario...) La reiteración semántica del pasado como recuerdo surge de las expresiones: "días ya pasados", "edad lejana", "lejanas brumas", "días desvanecidos", "río del olvido", "ríos insondables de ayer", "todo ha quedado atrás", "lejanos", "ausente ya tu ausencia", "recuerdos". También "Hojas de la tormenta" (Noches) es la evocación del pasado en el agua que fluye. 3.2. Agua: Intento de detener el tiempo. Otros poemas, como "Ráfagas cerca del río" y "Pasado que surge de la música" (Solitario...) son un intento nostálgico de recuperar el bien perdido que es el tiempo. El agua implica soledad en el transcurso temporal donde se pierde lo que ha sido propio. También en "Bicicleta abandonada en la lluvia" (Destierros...) se nos aparece el tiempo ido de la infancia, pero en un juego de movimiento y detención, expresado en la derivación polarizante de "en rueda" (que implica movimiento, velocidad) y "está el silencio detenido" / "en freno congelado la distancia" (que corresponde a detención y alejamiento). Otro intento de detener el tiempo lo lleva a cabo el hablante a través de objetos concretos, como en "El café" (Destierros...), en donde la taza de café se mueve mientras el río corre junto con el tiempo. "El comedor" (Destierros...) se construye desde una voz enfrentada al pasado y al transcurrir de un tiempo que se evade, mientras bebe en una copa que es violentamente destruida por un viento arrasador, y sobre la sopa fría el tiempo describe la noche entera. Ante esto, el hablante se halla inmerso en el devenir, imposibilitado de actuar para detenerlo. En "Restaurante" (Destierros...) un anciano toma una sopa silenciosa en tanto que se retrotrae dolorosamente a su pasado. El poema "Círculo" (Destierros...) hace presente la angustia del hablante que trata de que su ser no sea mero transcurso, por medio del agua, que gira y gira más allá de la pérdida total: Tomé la taza y me perdí en
el punto Ciega en el aire, circular y sola
El presente texto se despliega desde un gesto absolutamente habitual, cual es el tomar una taza concreta, para luego dar inmediato comienzo a la pérdida y desintegración. Primero, pérdida del objeto y del propio yo, subrayando una parte del yo ("mano") y una parte de taza ("el asa"). "Mano" y "asa" unidas en la desintegración, compañeras sin el soporte que las sustenta. La pérdida se intensifica vertiginosamente. Desaparece el cuerpo, la mano, para circularmente reaparecer la taza, que en el texto pasa de inmediato a ser negada en su ser más propio, que es su alrededor. Tampoco hay rastros, lo que sería una forma de presentizar la ausencia de morada, de mantener algo. Sin otra transición que la del cambio estrófico, se despliega vertiginosamente un agua imposible que gira sin continente que le pueda dar forma. En una ráfaga se destruye en un instante la totalidad. Taza-asa, unidas por la rima interna, se sintetizan y desaparecen. El adjetivo "ciega" aplicado al agua le es impropio, pero en la ceguera podemos considerar constitutivo el sema frustración. El no ver, por lo tanto, se ha trasladado al objeto metonímicamente y ha marcado negativamente la situación: como lo no cumplido. La circularidad se reitera al cerrarse el poema en la exclamación "¡cómo giraba el agua!" habiéndose perdido la posibilidad de un continente que la sustente. El círculo es también un símbolo ritual o mágico designado por la expresión "mandala", utilizado en el lamaísmo y en el yoga tántrico como instrumento de contemplación. El mandala, según Jung, se encuentra en todas las culturas, siendo especialmente abundante en el medioevo europeo. "Psicológicamente es el mandala una representación simbólica de la totalidad psíquica. Constituye un símbolo de conjunción, es decir, un símbolo que representa los sistemas parciales de la psique integrados en el sí-mismo, en un plano superior, trascendentes (...). Según Mircea Eliade (Imágenes y Símbolos) el mandala representa una "imago mundi", siendo sobre todo un intrumento de iniciación que ayuda al neófito a encontrar su propio centro." (71) Así, en el transcurso del despliegue poemático, despojada el agua de toda exterioridad, se instaura la situación en la que el hombre queda posibilitado al encuentro de su propia imagen de mundo, y con ella, al restablecimiento de un centro frente al caos. También coinciden con el mandala o círculo, en sentido psicológico, la representación del "año" y del reloj (72), lo que nuevamente nos retrotrae al tiempo ligado al agua, presente en el siguiente poema, que pertenece a la obra más reciente del poeta:
TAÑEN Y en el centro del remolino (Fénix de madrugada)
3.3. Agua: Transcurso hacia la muerte. En los poemas "El frío", "El,que durmiedo allí está", "Cuna", "Cita" y "El fruto" (Destierros...) aparece la amenaza de la temporalidad que transcurre inexorablemente hacia la muerte. Desde la cuna navega el hombre inmerso en el río que lo lleva hacia el mar de la muerte. Así, "El frío" y "El que durmiendo allí está", son poemas que se instauran como un ciclo. En "El frío" hay un diálogo entre una madre y su hijo. La madre expresa el camino temporal que el hijo ha de recorrer hasta llegar a la muerte, en la figura del río que conduce al mar: De mi matriz a la cuna Y el hijo responde "pero en el mar siento el frío", aludiendo al temor que le provoca el final del camino. Este es un poema que mira hacia el futuro desde la matriz de la madre, jornada que el hijo recorrerá amparado por ella. En cambio, "El que durmiendo allí está" nos introduce a un hablante que reflexiona sobre el tiempo en la figura de su hijo, pero contemplado desde un presente hacia un futuro: (...) Pasa el tiempo: pasará Entonces me ha de mirar y también hacia un pasado: Navega, hijo, navega Los dos hacia allá, los dos, por no sé cuantos desiertos, Aquí el hablante regresa al pasado junto a su hijo, para reencontrarse en el presente: el hijo asomándose a la vida, el padre sumido en el transcurso. En el poema que sigue el hablante se sitúa en una distancia temporal insalvable frente al hijo que regresa, y esa distancia está simbolizada por la enormidad del mar: MI HIJO VUELVE A CASA Mi hijo vuelve a casa, y en sus ojos (...)
("Fénix de madrugada")
También asoma la temporalidad, como ausencia, pérdida y olvido, representados por "desierta barca de bronce", "mar inquieto" y "río", en uno de sus poemas más recientemente publicado: NO ESTÁN Esta casa no está, no está
esa puerta (Fénix de madrugada)
3.4. Agua-mar: Depósito de la muerte y fin del transcurso. Existe en la tradición una idea que liga al agua con la muerte, ya que el agua es sustancia de vida y también sustancia de muerte, según el pensamiento de Karl G. Jung. La muerte en el agua es la más maternal de las muertes, pues el deseo del hombre es que las aguas de la muerte se transformen en aguas de vida, que su abrazo sea el regazo materno. Así, aunque la costumbre nos haga entregar a nuestros muertos a la tumba o a la hoguera, el inconsciente marcado por el agua soñará más allá de la tumba con una partida sobre las aguas. La imaginación profunda desea que el agua participe de la muerte para que ésta conserve su sentido de viaje, así todas las almas subirán a la barca de Caronte. El agua es, pues, la tumba del fuego y la tumba del hombre, pero ésta humaniza a la muerte, atemperando con cierta dulzura su realismo. Pero el agua es también un elemento melancolizante que puede impregnar la obra de un artista, como en el caso presente. El agua pasa como los días, llevándonos lejos, finalmente a la muerte, donde nos disuelve lo más completamente posible, haciéndonos morir del todo. Esta disolución alcanza también a la naturaleza: así el paisaje se disuelve en la lluvia ante nuestros ojos; el mundo entero se funde bajo el agua. El agua confiere la muerte elemental, muere con el muerto, llegando a ser una nada sustancial. (73) En relación a esta matriz semántica, también apreciamos innumerables ejemplos en la poesía de Arteche, desde sus comienzos: Estaba tendido bajo un profundo sueño. ("Estaba un día", El sur dormido) y el tiempo que se lleva ('"Retrato de una estudiante", Solitario...) Las expresiones "como morir bajo el mar", "oscuro", "en dirección al mar, al mar que muere un poco", nos retrotraen claramente a una matriz largamente presente en la tradición occidental y de la cual presentamos como expresión paradigmática la 3ª estrofa de las "Coplas a la muerte de su padre" de Jorge Manrique: "nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar / que es el morir". Tú sabes que las vidas son hojas,
que la lluvia (Sobre Venecia la madrugada, Solitario...) Aquí el tiempo no es sólo río sino también lluvia. El tiempo está haciéndose en el instante. ¡Recordar, recordar, y estar alimentado ("Recuerdo bajo la lluvia", Solitario...) Río-recuerdo que se transforma en río-muerte. Percepción del hablante de la seguridad de que la muerte acecha.
Ha vuelto abril, abril ha regresado ("Volveremos en otoño", Solitario...) Reiteración de la idea de fugacidad de la vida en el tiempo, a merced del río que todo se lo lleva, y de la rebeldía que el hombre experimenta en su nostalgia del tiempo que no se detiene. Los poemas "Qué plúmbeo el lagrimal roto en la mano", "Coral", "Sobre el lecho", "Navegas", "Canción del río indiferente", "No: que me voy así: me voy desnudo", "Cuando se fue Magdalena", "Tú sabes que nadie vuelve" (Destierros...); "El adiós", "La niña en la oscuridad" (Antología de veinte años); "Encuentro: río de Guernica", "Irás y no volverás", "Te has quedado sin siempre", "Ojos que te vieron ir", "Elegía escrita en Madrid", "El miedo", "Manos que vi", "A veces", "La dama sola" (Noches) llevan al hablante a través del agua de la muerte. El agua está detenida, como depósito de la muerte y fin del transcurso. También el agua atormenta y, a pesar de formar parte del entorno físico-temporal del hablante, éste se pregunta por su origen, aun constatando la inevitabilidad de su presencia: DUNAS Extensas son las dunas que ahora me rodean. No sé de dónde vienen estas
aguas antiguas, Vastas son las colinas que se apagan de
niebla. ("Fénix de madrugada") En una variable de la misma problemática, pero con el matiz distintivo de provocar una detención en el momento justo previo a la muerte, están los siguientes poemas que despliegan la agonía: "El viaje" y "Pozo" (Destierros...). Se aprecia la reiteración de las expresiones: "noche", "viento", "relojes", "tinieblas", para reforzar la idea de aguas que conducen a un final definitivo. Este instante es una preocupación reiterada en el hablante, que no parece hallar una respuesta sobrenatural, sino a través de pequeños atisbos de luz salvadora, pero que se ve constantemente amenazada por las tinieblas. El hablante escribe la palabra ordenadora del caos para tratar de fijar un cosmos. Así, en el poema "Este es el fin del Cristo abandonado" (Antología...) el hablante esperanzado invoca una posibilidad de trascendencia a través de la escritura, de la Palabra, como medio de salvación, posterior a la muerte: Este es el fin: buscadme ahora, Lo mismo ocurre en "Desengaños" (Noches) en donde el hablante apela al hombre cuya realidad es estar solo para siempre, instándolo a buscar la unión con Cristo como único medio de redimirse: Cuando veas que la lluvia cae (...) Cuando veas la abominación en el
lugar de lo sagrado Luego, esta misma idea se reitera en el siguiente poema donde el hablante se halla situado ante el umbral de la muerte: EL UMBRAL Abres la luz sobre mis ojos. En el umbral estoy: tus dedos rozan ..................................Tráeme
el eco Es la región donde la lluvia zumba. La salamandra hipnótica Mis ojos son más ojos en la tierra Y estás de pronto aquí: tú abres el agua. ("Fénix de madrugada" En la introducción de este capítulo hemos visto cómo el hombre arcaico vive en un tiempo cíclico buscando la perfección en los orígenes; en cambio, el hombre moderno no puede sustraerse de una concepción lineal e irreversible de la temporalidad. Sin embargo, a través del arte, el ser humano ha logrado retomar el mito por medio de símbolos. En el caso de Arteche, estos símbolos han hecho del agua mediatizada por la palabra un vehículo eficaz para expresar su propia preocupación por el tiempo como pasado, presente y recorrido hacia la eternidad. NOCHE DEL FÉNIX Con lluvia de luna el Fénix A medianoche surge el sol del fuego. Con lluvia de luna: el Fénix ¿Quién muere con el Fénix? Con lluvia de luna: el Fénix Sus ojos de oro mueren Tan quietas las cenizas ("Fénix de madrugada") En este poema el hablante advierte la muerte del Fénix por medio de imágenes nocturnas: "lluvia de luna", "a medianoche el sol de fuego", "la luna muere con el Fénix". Sin embargo, la muerte del Fénix es un contrasentido, pues el Fénix es un "ave mítica del tamaño del águila, adornada con ciertos rasgos del faisán. La leyenda dice que cuando veía cercano su fin, formaba un nido de maderas y resinas aromáticas, que exponía a los rayos del sol para que ardieran y en cuyas llamas se consumía. De la médula de sus huesos nacía otra ave Fénix. (...) Simboliza la periódica destrucción y recreación. Wirtz da un sentido psicológico a este ser fabuloso al decir que todos poseemos en nosotros un fénix que nos permite sobrevivir a cada instante y vencer a cada una de las muertes parciales que llamamos sueño o cambio. En China, el fénix es el emperador de las aves y simboliza al sol. En el Occidente cristiano, significa el triunfo de la vida eterna sobre la muerte. En alquimia corresponde al color rojo, a la regeneración de la vida universal y a la finalización de la obra." (Diccionario de Símbolos, Juan Eduardo Cirlot) Al amanecer, pues, el fénix recupera su ser, su capacidad, su belleza, en fin, todos los atributos que le son propios, y aunque en el siguiente poema no se mencione el elemento agua directamente, sino a través de símiles, creemos necesario agregarlo a este trabajo, para apoyar la tesis que aquí sostenemos: ALBA DEL FÉNIX Cenizas vuelan en la sal del alba Al alba vuela con su doble cuerpo Su cuerpo de cristal surgió del fuego (Fénix de madrugada) A nuestro juicio, las imágenes "sal del alba", "piel de plata", "cuerpo de cristal", "la plata de sus pies" son símiles del agua, por su estructura ligera, de color transparente o plateado. De este modo, vemos como Arteche, una vez más, reitera el sentido del agua muerte, como salvación, resurrección y vida eterna.
4. ALGUNOS ESTUDIOS DE LA POESíA DE MIGUEL ARTECHE. Consultadas las referencias críticas sobre la poesía de Arteche, destacan los comentarios de Alfonso Calderón, Hugo Montes y Juan Villegas sobre el poema "El agua" (Destierros...), como también el de Alfredo Lefevbre sobre "Gólgota" (Destierros...). Calderón sitúa al hablante en un viaje definitivo, por medio de una nave-casa-alma, a través del silencio de los espacios, en una mutación de tiempos: ayer y mañana que le confieren velocidad; todo ello cerrándose con el ruido del agua que cae para purificar al mundo del pecado. (74) Hugo Montes, por su parte, observa que la mejor poesía de Arteche es aquella en la que se produce una alteración de la sucesión cronológica, integrando lo real con la irrealidad. El resultado en un comienzo sume al lector en el desconcierto, pero luego lo retrotrae a un mundo "cuasimítico". El tiempo relativizado tiene un poder destructor también relativo, pues no alcanza a la totalidad de lo humano. La esperanza vence al tiempo. El estudio se centra para fundar esta perspectiva en el poema:
EL AGUA A medianoche desperté. Toda la casa era silencio, Me vi despierto a medianoche Y hacia el espacio oscuro y frío Nadie me dijo que saliera. me vio en el tiempo que yo fui A medianoche me busqué Respecto de este poema, Montes asocia la "medianoche" con lo misterioso y atemorizador. La casa es el refugio estable y seguro del hombre, contrariamente al vehículo de la nave, que relaciona a la aventura y al peligro, por lo que la imagen casa-nave altera y aterra. Esto se explica por una voluntad del poeta de efectuar un cruce entre "casa-navega" y "barco-camina", para mostrar un desplazamiento en el tiempo que afecta a la casa y a su habitante. La lejanía no es de lugar sino de tiempo y el medio propio indispensable de la navegación es el agua inmersa en la noche. Noche, vinculada al mundo negativo, como en el texto de las "Invocaciones a Nuestra Señora del Apocalipsis" (Destierros...). La noche, en su dinamismo, lleva todo consigo: el mundo, la casa y el yo. Así la noche es compañera de la tierra (y del agua), sombra que pasará apoyada en el agua (tiempo) que cae. Así, es el tiempo el que habría pasado, caído. En el poema "El agua" se divisa apenas el arribo al Gran Puerto, porque, al decir de Montes, éste es un poema de aquí y ahora, de agua y de tiempo. (75). Por último, la tercera interpretación que hemos considerado de este poema, corresponde a Juan Villegas-Morales. A propósito de la temática empleada por Arteche, comenta Villegas que su originalidad "supera las limitaciones de la influencia bíblica, por cuanto impregna a sus creciones de un trasfondo mítico, que les quita el arcaísmo bíblico y les proporciona vigencia actual e intemporal". (76) Este comentario nos parece extremadamente certero, ya que si bien existe en Arteche un profundo entorno religioso, es, a nuestro juicio, la referencialidad mítica, en especial la del simbolismo del agua, la que da valor universal a esta poesía que se trasciende a sí misma a través de su mundo arquetípico. Al comentar este poema, Villegas comienza por interpretar el título que le sugiere, desde el punto de vista del simbolismo conocido de las aguas: "nacimiento y purificación". Sin embargo, por el posterior desarrollo del poema y la interpretación que Juan Villegas hace de él, nos parecería más acertado asociar el título "El agua" con el tiempo, ya que se ha podido comprobar en el capítulo 3 de este trabajo que ambos están muy ligados en la poesía de Arteche. Más aún, Villegas nos introduce a su interpretación del poema explicitando que el tema esencial es el despertar a la conciencia del tiempo, motivo central en la poesía de este autor. Muy acertadamente Villegas observa que el poema se sustenta en un correlato estructural mítico que es el de la "aventura del héroe", basado en: el llamado, el despertar, el viaje visionario, el descubrimiento de una fuente de poder, y el retorno con el peso o la alegría de la verdad recién descubierta. La primera enunciación: "A medianoche desperté" es propia del mitema del cruce del umbral del viaje del héroe. La medianoche es un instante de paso, de transición, la hora del fin y del principio. "Toda la casa navegaba" se asocia con el motivo del diluvio y del arca, en medio de otras posibles interpretaciones, como la casa-refugio, o la casa barco, que puede asociarse con la nave-sol o la nave-luna por los espacios, o la barca funeraria de Caronte o, por último, la casa vista como "cuerpo" o "vida humana" transportada en el tiempo. El propio Arteche sugería que el viajero es el ser humano no nato transportado en el vientre de su madre, vida humana en particular. Pero Villegas tiende a entender la imagen de la casa-barco como parte de la experiencia nocturna o viaje de la noche que lleva al despertar de la conciencia temporal. Así, lo que se enfatiza es el agua en que la casa se desplaza. A nuestro modo de ver, la casa se identifica con el cuerpo y pensamiento humanos, por lo que es el propio hablante el que "navega" como Odiseo en procura del retorno al punto de partida de la existencia, correspondiendo al concepto de un universo cerrado como el del eterno retorno, que organiza los ciclos del universo, y todo este universo se halla sumergido bajo la lluvia, que es el descenso de las influencias espirituales sobre la tierra. Para Villegas, los versos tercero y cuarto asocian la imagen al diluvio por la reiteración que acentúa la magnitud de la lluvia. La lluvia actúa como despertadora en los planos real y simbólico. El silencio es el motivo que domina la segunda estrofa, tanto dentro de la casa como en el espacio exterior. El hablante se concentra en la dilatación del silencio en los tres primeros versos. El tercer y cuarto verso encabalgados: "No se oía / sino caer el agua" acentúan el efecto del sonido del agua como lo único dinámico y sonoro en el espacio descrito. Para nosotros, esta segunda estrofa configura a un hablante recogido en un silencio interior que trasciende a las montañas, las cuales simbolizan la elevación interna o transposición espiritual de la idea de ascender, todo ello ocurriendo en la noche del inconsciente o de la virtualidad que prepara la venida del día. (77) Y sólo se oye caer el agua mantenedora de vida, pero elemento transitorio de creación y destrucción a la vez. En la tercera estrofa, el hablante enfatiza el hecho de hallarse despierto en dos instancias de búsqueda y de orfandad. Villegas señala que la primera nos conduce desde el reconocimiento del encierro a la necesidad de buscar una apertura. Búsqueda condicionada por la oscuridad a nivel simbólico: "buscando a tientas la ventana", imagen que une dos motivos tradicionales de un yo poético desvalido: la ceguera y la oscuridad. El motivo de la orfandad le evidencia su absoluta soledad en la totalidad del mundo, traída por la lluvia, seguida por la expresión "sobre". El último verso: "no había hermanos, madre, nada", asemeja, según Villegas, a final de soneto anti carpe diem en una gradación que intensifica la magnitud de la soledad. A nuestro parecer, en esta estrofa el hablante, en estado de vigilia, sumido en la oscuridad de la medianoche, al buscar a tientas la ventana, intenta encontrar la posibilidad de traspasar sus propios límites hacia la trascendencia. Todo ello ocurriendo en la más absoluta soledad, huérfano de semejantes, o de madre, que simboliza la naturaleza o la matriz de la conciencia. (78) Villegas señala que hasta aquí llega el cruce del umbral. Las estrofas siguientes corresponden al viaje en sí, que se cumple en tres instancias. La Estrofa cuarta narra una especie de viaje cósmico en un ambiente hostil: "Espacio oscuro y frío". La voluntad del yo está sometida al destino del viaje. El desplazamiento continuo se halla en la imagen del barco fantasma que recorre los espacios nocturnos, y también por ciertos rasgos estilísticos que contribuyen al dinamismo: el imperfecto. También la sintaxis y la distribución de los versos ayudan al determinismo y a la inexorabilidad que emana de las estrofas. La importencia para modificar los acontecimientos hace que el hablante pregunte por la fuerza que origina toda esta acción. Esta interrogación apunta a una dimensión explícita y a otra implícita. La implícita corresponde al viento generador del movimiento. La dimensión explícita es la de las "velas solitarias" que respalda el motivo de la soledad. El énfasis de las velas apunta, además, a la espiritualidad ascensional de que habla Bachelard en El aire y los sueños. Por esto, constituye a esta estrofa en el centro formal del poema, considerando que la interrogación retórica representa el clímax emotivo. Desde nuestro punto de vista interpretativo, el verso "hacia el espacio oscuro y frío" tiene las siguientes connotaciones: "espacio", región intermedia entre el cosmos y el caos; "cosmos", lugar de las formas; "caos", ámbito de todas las posibilidades, también relacionado indisolublemente con el tiempo; "oscuro", vía de adentramiento hacia los orígenes; y "frío", anhelo de soledad o elevación. "El barco caminaba conmigo", también una alusión a la casa o al cuerpo como vehículo de la existencia, en este caso, cuerpo y alma unidos en el viaje. Acto seguido, el hablante se pregunta quién movía las velas solitarias, como indagando qué fuerzas superiores lo guían en su mítico viaje. Pero no hay respuesta, no hay voz que le indique el camino de salida o de entrada al más allá, por lo que el viajero opta por el ensimismamiento, mientras todo su ser se ve inmerso en el devenir, mirando hacia el pasado y hacia el futuro incierto, sin poder recuperar lo que ya fue. Volviendo a Villegas, las estrofas quinta y sexta, que forman una unidad, confirman la inevitabilidad del viaje, delimitando también una de las posibilidades de interpretación del motivo de la casa. El yo poético se recoge en sí mismo y en este adentramiento intuye visionariamente el sentido de su existencia. En la segunda sección de la unidad se produce el desdoblamiento hablante-casa que los ilumina recíprocamente. La casa lo proyecta al pasado y el hablante la ve en el futuro. Esta perspectiva dual en el tiempo hace advertir al yo poético su esencial temporalidad. Villegas llega así a la conclusión de que el despertar a medianoche es el despertar a la conciencia del tiempo. Con el descubrimiento de esta verdad se pone fin al viaje del héroe. A la luz del desarrollo del poema se ha podido constatar que la posibilidad primera de que la "medianoche" tuviera una significación arquetípica, queda confirmada y es indispensable entenderlo como cruce del umbral. El "desperté" del comienzo es reemplazado por un "me busqué". En el primer caso, se supone un acto no consciente provocado por un factor externo. El "me busqué" implica un acto consciente del hablante. Los dos versos finales reiteran el motivo de la lluvia acentuando la soledad del hablante e imponiendo al agua como aquietante o despertadora de la conciencia. En general, nuestra posición es coincidente con las proposiciones de Calderón, Montes y Villegas, aunque nos ha parecido importante establecer ciertas diferencias, las cuales, en síntesis, destacan la valoración del tiempo y del recorrido personal del hablante que se despliega en dicho tiempo. Alfredo Lefevbre (79) aporta a los estudios sobre Arteche su interpretación de: Gólgota Cristo, cerviz de noche: tu cabeza Ojos que al estertor de la tristeza No sé cómo llamarte ni qué
nombre Y siento en mi costado todo el frío, El motivo central es la muerte de Cristo como un modo de explicar la personal muerte del cristiano unido al crucificado a través de la experiencia religiosa. Lefevbre sostiene que el temple de este soneto es grave y de íntima humanidad. El temple está guiado por la fluencia del tiempo. Al vocativo, como plegaria, el hablante yuxtapone una imagen plástica: "cerviz de noche", figura de crucifijo, con todo el cuello a la vista, reminiscente del cuadro de Dalí. A continuación, el tiempo comienza a poner palabras en el tono, con golpes secos: "La cabeza / al viernes otra vez", con la determinación temporal implacable, en el mismo día de la cruz. El tiempo enfatiza su fluir en la siguiente estrofa, al mirar los ojos a punto de cerrarse de dolor: ojos que al estertor de la tristeza En este momento se funde lo contemplado con el contemplador. Se estrechan límites. Se funden dolores. Los tercetos traen otra referencia temporal, ese "viernes de tu nada", para expesar la inmensa muerte de la realidad saliéndose del tiempo. El primer terceto es signado por una actitud de poeta: el nombrar: "No sé cómo llamarte ni qué nombre / te voy a dar", y una experiencia de cristiano lo concluye, la unión religiosa en la semejanza de ser herido, pobre, abandonado y sediento: "si somos sólo un hombre / los dos en este viernes de tu nada". El poema termina, según Lefevbre, con un carácter emotivo, impreso aquí con un matiz de ternura al llamar "hijo mío" al crucificado, y hace un temple mantenido, para poder ser percibido en su severo peso de existencia humana: Y siento en mi costado todo el frío También en este poema hay imágenes coincidentes con el factor temporal, que fluye y se detiene, que corre hacia la eternidad y se fija, sin embargo, en ese viernes de la redención. Por su parte, Iván Carrasco (80), a propósito de un estudio sobre la poesía apocalíptica hispanoamericana, se refiere a Miguel Arteche como a un poeta consciente del proceso y del producto de la creación poética, y transcribe algunos párrafos de un diálogo entre Arteche y Juan Villegas, a propósito del tema. El poeta explica que él escribe en esta línea apocalíptica en un impulso irresistible, porque le parece que Dios está destruyendo un mundo imperfecto, con hombres imperfectos. El hablante de estos poemas, imbuido de su amor por la Virgen, le pide su apoyo para la vida, asumiendo la representación de los necesitados y recurriendo a su sabiduría. Carrasco sostiene que el poema apocalíptico no está referido solamente al tiempo postrero sino a todo el tiempo humano. Encuentra a esta poesía escatológica en la medida en que todo tiempo lo es, ya que al estar el hombre separado de Dios, vive en soledad y en el sufrimiento de la historia. En la raíz de la lírica de Arteche, la existencia sería concebida como destierro que sume al hombre en las tinieblas de la soledad. En esta oscuridad es la Virgen su sola guía para hallar el camino a la verdad y el sentido de la vida. Por otra parte, Jaime Blume, en su ensayo: "Arteche: fuga a dos voces" (81), postula que en la obra de este poeta se crea una polaridad de fuerte tensión dinámica que hace que su esfera poética se resuma en un juego de antagonismos contenciosos. El autor visualiza la producción poética de Arteche como un juego pendular permanente entre dos situaciones polares, esgrimiendo como clave explicatoria de su poesía la dimensión mítica y la unidad de los contrarios (unida a la noción de caída y pecado, subyacente en la vivencia cristiana del poeta). Blume explica que esta condición obsesiva de la polaridad insinúa la presencia de un factor inconsciente: el mito, el arquetipo, o el simple reflejo de la condición psicológica del autor, lo que sería indicio de que Arteche mantiene sólidos contactos con lo mítico y lo religioso, y que en ambas vertientes es posible encontrar un código hermenéutico válido para la interpretación de su obra. Este trabajo estaría en tal sentido concordando con nuestra propia proposición sobre la raíz mítica subyacente y fundante en la obra poética de Miguel Arteche. Aunque nos parece que es posible llevar la interpretación a una dimensión más profunda que la mera oposición de contrarios, ya que la base instintivo-arcaica del espíritu humano constituye un dato objetivo que no depende de la experiencia individual ni del arbitrio subjetivo personal. Así, la psique del poeta posee su propia historia genética, tal como la tiene el cuerpo. El pensamiento de fantasías, que correspondería al generador de la obra literaria, sin duda que posee gran parte de sus contenidos en el dominio de la conciencia, pero hay otro tanto que permanece en los dominios del inconsciente y sólo puede ser conocido en forma indirecta, por ejemplo, por medio de símbolos. A través de la fantasía se puede establecer contactos con los estratos más antiguos del espíritu humano, sepultados largamente por debajo del umbral de la conciencia: estos productos de la imaginación se encuentran directamente emparentados con el mito. En 1994, con motivo de la aparición de "Fénix de Madrugada" Marcelo Novoa sostiene "Creemos que su poesía resulta más angustiosa que intensa, por cuanto los recursos empleados se repiten de un poema a otro, sin mayores variantes. Inclusive algunas canciones o temas líricos resultan inverosímiles dentro del contexto dramático en que se escenifica el resto del texto. Alarma ver al poeta aparte del mundo y sus lectores. Testimonio paradójico de la condición alienada del escritor inmerso en una sociedad que le confina a la soledad radical de la escritura. Los siguientes versos dan cuenta cabal de lo expuesto: 'Y luego ya no hay mar : sólo susurros / que se acercan, te dejan y te alejan / de ti y de todos los que tú quisiste / Y ya no hay nada en el hogar, ni sombra / de llamas en tu cuerpo, ni en la copa / radiante el vino que en la tarde beben / mientras la lluvia apaga tus palabras...' ("Sólo en nombre"). Serena desesperación, pues se percibe en ellos un apagado eco de resignación frente a lo inmutable. Finalmente destacamos la capacidad del poeta para crea atmósferas enrarecidas por los atormentados sueños de su pluma. Este imaginario delirante de mares púrpuras, ríos nocturnos y cipreses envueltos en neblina ya son familiares para el lector de su poesía." (82) Así, pues, el agua parece constituir un símbolo arraigado en lo más profundo de la psique de este autor, derramándose en el curso de su producción poética en muy diversas formas, que pueden recogerse y ser interpetadas en los varios sentidos que nos entrega la tradición arcaica en todas las culturas. Esta confrontación con el mito que se da en Arteche parece ser una de las constantes dentro de la literatura hispanoamericana de este siglo. Los escritores buscan la esencia de lo que es propio al hombre americano, a partir de lo mítico, en busca de una realidad capaz de dar respuesta a una problemática del ser, diferente de la del hombre europeo. Las contradicciones del escritor contemporáneo lo exponen permanentemente a la pérdida de sentido frente al avance vertiginoso de las áreas del conocimiento en este siglo y le infligen una sensación de precariedad frente al mundo. Estas características podemos encontrarlas en Arteche, en sus manifestaciones de angustia frente al paso del tiempo y a la inevitabilidad de la muerte, como también en su poesía de tono apocalíptico, que lo convierte en un testigo de las postrimerías. Aunque su posición existencialista cristiana nos muestra la lucha del hombre por llegar a ser, con la esperanza de que exista un Ser Superior que avale una posibilidad de existencia futura. Uno de los importantes logros de esta poesía, es la mostración de ese mundo fugaz y escatológico por medio de un lenguaje seco, depurado y medular, que transmite con fuerza dramática la atmósfera de sus procesos interiores.
CONCLUSIÓN Como primera aproximación a la poesía de Miguel Arteche. en su relación con el agua, hemos planteado la objetividad de una vivencia completa del poeta en su infancia, rodeada por las lluvias del sur de Chile, que lo marcaron psicológicamente e intervinieron en su formación poética. También nos hemos referido a las aguas como maternas, ya que la imaginación material nos lleva a relacionarnos directamente con la leche, como elemento primitivo de alimentación humana, como bebida fundamental. En todas las culturas arcaicas el agua simboliza lo germinativo y lo multiplicador. Más adelante, el agua se transforma en símbolo de purificación en la obra de Arteche, y se conecta con los mitos primitivos, pero muy especialmente con la liturgia cristiana, que contempla la liberación del hombre del pecado por medio del bautismo. En ambos casos, el agua restituye al hombre su condición de pureza primordial. Otro gran simbolismo acuático presente en esta obra es el agua-tiempo. Para referirnos a él hemos presentado el concepto de tiempo mágico-religioso de las culturas primitivas, así como la visión occidental moderna, en la cual el tiempo se transforma en lineal e ireversible. distinguiendo las nociones de tiempo subjetivo particular y objetivo, válido para todos. Una vez delineadas estas nociones de temporalidad, hemos tratado de distinguir los diferentes matices que adquiere la obra de Arteche en su concepción del tiempo. Así, se nos impusieron los textos como: intento de detener el tiempo, transcurso hacia la muerte y fin del transcurso. Finalmente, hemos realizado un recorrido por los estudios que de esta poesía se han llevado a cabo, mostrando especialmente aquellos que se refieren al poema "El agua". También se presenta un estudio del poema "Gólgota", y otros trabajos, sobre la poesía apocalíptica en la que Arteche se inscribe, y sobre una posible polaridad de situaciones en esta obra poética. Concluyendo, creemos que en la obra de Miguel Arteche el mito se hace presente bajo el símbolo del agua como afianzador de la actividad imaginativa en el horizonte propio del autor, tiñendo toda su obra de una significación muy particular. Todas las categorías simbólicas del agua descritas aquí tienen una base mítica arraigada en forma de arquetipo en la psique del poeta, dejando abierta a lo desconocido la restricción del intelecto. Y esta confrontación con el mito que se da en Arteche parece ser una constante dentro de la literatura hispanoamericana de este siglo. Los escritores buscan la esencia de lo que es propio al hombre americano, en un proceso de individuación a partir de lo mítico como estadio pre-adánico de América: cuerpo y alma se aúnan hacia una trascendencia e integración de lo natural en la búsqueda de una realidad capaz de dar respuesta a una problemátca del ser, diferente de la del hombre europeo. Esta búsqueda de identidad es siempre un llamado a afectuar un cambio, es un bucear en el inconsciente y luchar contra los monstruos interiores, para asimilar éste a la conciencia y tomar posesión del propio sentido de la existencia. El escritor contemporáneo es un individuo contradictorio, marcado por tensiones que lo exponen permanentemente a la pérdida del sentido, del centro del órden cósmico, y con una fuerte sensación de precariedad frente al mundo. En Arteche encontramos estas características en sus manifestaciones de angustia ante el paso del tiempo y la inevitabilidad de la muerte, como también en su poesía apocalíptica, que lo convierte en un testigo de las postrimerías. Pero Miguel Arteche representa una posición existencialista cristiana, en la cual nos muestra la lucha del hombre por llegar a ser, pero con una esperanza frente a ella, que es la esperanza de la existencia de un Ser Superior que avale una posibilidad de existencia futura. Y uno de los grandes logros de esta poesía, que vemos situarse entre las voces más importantes de nuestro país en la actualidad, es la mostración de ese mundo fugaz y escatológico a través de un lenguaje seco, depurado y modular, que transmite con enorme fuerza dramática la atmósfera de sus procesos interiores. En resumen, presentamos este trabajo con la esperanza de que nuestro esfuerzo por desentrañar el simbolismo de las aguas en la poesía de Miguel Arteche proponga una lectura más profunda de la obra y que, a la luz de nuestros hallazgos, el receptor llegue a descubrir en ella nuevos valores o la aparición de un camino posible para el hombre. BIBLIOGRAFÍA POÉTICA DEL AUTOR
La invitación al olvido,
1947
NOTAS (1) Arteche, Miguel. Llaves para la poesía. Editorial Andrés Bello, Noviembre, 1984, p. 22. (2) Gusdorf, Georges. Mito y metafísica. Editorial Nova, Buenos Aires, 1960, pp. 23-24. (3) Read, Herbert, Educación por el arte. Biblioteca de Psicología Educacional y Ciencias de la Educación, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1969, p. 40. (4) Grassi, Ernesto. Arte y mito. Ed. Nueva Visión. Buenos Aires, 1968, p. 39. (5) Cfr. Grassi, Ernesto, Arte y Mito. (6) Arteche, Miguel. El niño que fue. Ediciones Nueva Universidad. Universidad Católica de Chile, Vicerrectoría de Comunicaciones, Santiago, junio, 1975, p. 112. (7) Arteche, Miguel. La invitación al olvido. Santiago, 1947. (8) Arteche, Miguel. El niño..., pp. 116-117. (9) Arteche, Miguel. Solitario, mira hacia la ausencia, Ed. Cultura Hispánica, Madrid, 1953, p. 14. (10) Arteche, Miguel. El niño..., pp. 117-118. (11) Arteche, Miguel, El niño..., p. 120. (12) Idem, p. 120. (13) Bachelard, Gastón. El agua y los sueños. Breviarios del Fondo de Cultura Económica, México, 1978, pp. 175-176. (14) Jung, Carl Gustav. Símbolos de transformación. (Edición revisada y aumentada de Transformaciones y símbolos de la libido). Supervisión y notas de Enrique Butelman, Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Barcelona, España. Cfr. pp. 240-250. (15) Arteche, Miguel. Destierros y tinieblas. Z>ig-Zag, Santiago, 1963, p. 125. (16) Bachelard, Gastón, El agua y..., p. 18. (17) Cfr. Bachelard, Gastón, El agua y ..., p. 21 (18) Arteche, Miguel. Noches. Ed. Nascimento, Santiago, 1976, p. 23. (19) Bachelard, Gastón, El agua y ..., p. 19. (20) Idem, p. 19. (21) Supra. 3.1. y 3.4. (22) Eliade, Mircea, Mito y Realidad. Colección punto omega 25. Ediciones Guadarrama, Madrid, 1968, p. 91. (23) Bachelard, Gastón. El agua y ..., p. 179. (24) La Santa Biblia, Ediciones Paulinas, 13ª edición, Bilbao, España, 1982. (25) Cfr. Sejourné, Laurette, Pensamiento y religión de México Antiguo. Fondo de Cultura Económica, México, 1957, pp. 112-120. (26) Cfr. Jung, Carl G. Símbolos..., p. 254. (27) Cfr. Eliade, Mircea. Traité d'Histoire des religions, Prefacio de George Zumezil, Paris, Payot, 1949, pp. 168-175. (28) Cfr. Jung, Carl. G. Símbolos..., p. 223. (29) Jung, Carl G. Símbolos..., p. 223. (30) Jung, Carl G. Símbolos..., p. 263. (31) Cfr. Idem, p. 264. (32) Campbell, Joseph. El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito. Fondo de Cultura Económica, México, 1ª reimpresión, 1972, p. 298, 1ª edición en inglés: 1949, 1ª edición en español: 1959. (33) Cfr. Campbell, Joseph, El héroe..., pp. 298-299. (34) Eliade, Mircea. Mito y realidad, p. 47. (35) Arteche, Miguel, Cantata del Pan y la Sangre. Instituto de Música de la Pontificia Universidad Católica de Chile, XI Congreso Eucarístico, Santiago de Chile, 1980. (36) Jung, Carl. G. Símbolos..., p. 240. (37) Idem, p. 231. (38) Arteche, Miguel. ¿Quién es quién en las letras chilenas? Agrupación Amigos del libro, Editorial Nascimento, S.A., Santiago, 1977, p.9. (39) Eliade, Mircea. Imágenes y símbolos. Ensayos sobre el simbolismo mágico-religioso. Madrid, Taurus, 1974, 2ª ed., p. 166. (40) Cfr. Eliade, Mircea. Traité d'histoire..., pp. 168-187. (41) Bachelard, Gastón, El agua y..., p. 223. (42) Idem, P. 217. (43) Cfr. Sejourné, Laurette. Pensamiento y religión..., p. 15 y 149. (44) Cfr. Servier, Jean. L'homme et l'invisible, Robert Laffont, Paris, 1964, p. 114. (45) La Santa Biblia, p. 165. (46) Idem, p. 1041. (47) Eliade, Mircea. Imágenes y..., p. 168. (48) Eliade, Mircea. Imágenes y ..., Cfr. pp. 165-194. (49) Cfr. Campbell, Joseph. El héroe..., pp. 227-229. (50) Cfr. Jung, Carl G. Símbolos..., p. 238. (51) Arteche, Miguel. Antología de veinte años, Ed. Universitaria, Santiago, 1972. (52) Arteche, Miguel. Sólo algunos de mis fantasmas. Texto leído el 27 de octubre de 1983 en el Salón de Honor de la Pontificia Universidad Católica de Chile, de Santiago, dentro del ciclo "12 escritores y sus fantasmas"; y el 31 de agosto de 1984 en la Academia Superior de Ciencias Pedagógicas de Santiago. (53) Cfr. Servier, Jean. L'homme et l'invisible. Collection "Les voies de l'homme". Robert Laffont, Paris VI, France, 1984, pp 340-344. (54) Cfr. Eliade, Mircea. Traité..., pp. 185-189. (55) Van der Leeuw,. L'homme primitif et la religion. p. 120, I0I, citado por Mircea Eliade, en Traité..., p. 338. (56) Morley, Silvanus G. An introduction to the study of the Maya Hyeroglyphics. (57th. Bulletin, Bureau of American Ethnology, Washington, 1915, p. 32. Citado por J. Campbell en El héroe..., p. 332. (57) Giannini I., Humberto. Tiempo y espacio en Aristóteles y Kant. Editorial Andrés Bello, Noviembre, 1982, p. 7. (58) Xfr. Giannini I., Humberto. Tiempo y espacio..., pp. 8-9. (59) Aristóteles. Physica. 219b,1. Citado por H. Giannini en Tiempo y Espacio..., p. 70. (60) Cfr. Giannini I., Humberto. Tiempo y Espacio..., pp. 63-70. (61) Aristóteles, Metaphysica, 1071b,6. Citado por H. Giannini en Tiempo y Espacio..., p. 107. (62) Cfr. Giannini I., Humberto. Tiempo y espacio..., p. 108. (63) San Agustín. Confesiones. Citado por Antonio G. Birlán en El tiempo y el espacio, Americalee, Buenos Aires, 1956, pp. 72-73. (64) Kant, Emanuel. La crítica de la razón pura. Ed. Losada, Buenos Aires, 8ª ed., 1976, p. 183, citado por H. Giannini en Tiempo y espacio..., p.105. (65) Cfr. Giannini I., Humberto. Tiempo y espacio..., pp. 106-109. (66) Cfr. Challaye, Félicien. Psychologie et Metaphysique. Citado por Antonio G. Birlán en El tiempo y el espacio, Americalee, Buenos Aires, 1956, pp. 20-23. (67) Heráclito. Fragmentos. Biblioteca de iniciación filosófica, Aguilar. Traducción del griego, exposición y comentarios de Luis Farre, Buenos Aires, 1963, 2ª ed. (Ejemplar facilitado por el propio Miguel Arteche, con anotaciones manuscritas junto a los fragmentos que más le impresionan) (68) Arteche, Miguel. Una nube. Ed. Ardiente jinete, Santiago, 1949. (69) Arteche, Miguel. Cantata del desterrado, Santiago, 1951 (Obtenido del archivo mecanografiado del autor). (70) Jung G. Carl. Símbolos..., p. 221. (71) Cfr. Cirlot, Juan Eduardo, Diccionario de Símbolos, Nueva Colección Labor, Ed. Labor S.A., Barcelona, 1981, pp. 292-293. (72) Cfr. Bachelard, Gastón. El agua y..., pp. 111-143. (73) Calderón, Alfonso. Notas sobre la poesía de Miguel Arteche. Revista Mensaje Nº 156, Santiago, Enero-Febrero, 1967, pp. 16-18. (74) Montes, Hugo, Miguel Arteche. Ensayos estilísticos. Gredos, Madrid, 1975, pp. 154-167. (75) Villegas-Morales, Juan. Estudios sobre poesía chilena. Santiago, Editorial Nascimento, 1980, pp. 183-226. (76) Cfr. Cirlot, Juan Eduardo. Diccionario de símbolos, Editorial Labor S.A., Barcelona, España, 4ª edición, 1981. (77) Cfr. Cirlot, Juan Eduardo, Diccionario... (78) Cfr. Lefevbre, Alfredo: Miguel Arteche, Gólgota. Poesía española y chilena, Editorial del Pacífico, Santiago, 1958 (pp. 201-206). (79) Carrasco, Iván. Notas sobre la poesía apocalíptica hispanoamericana. Revista Chilena de Literatura. Nº 18, Noviembre, 1981, Cfr. pp. 142-144. (80) Cfr. Blume, Jaime. Arteche: fuga a dos voces. Ensayo ganador del primer premio en el Concurso Gabriela Mistral de Santiago en 1982. Inédito.
BIBLIOGRAFíA A dictionary of the Holy Bible for general use in the study of the Scriptures. American Tract Society, New York, 1859. Arteche, Miguel. El niño que fue. Ediciones Nueva Universidad, Universidad Católica de Chile, Vicerrectoría de Comunicaciones, Santiago, Junio, 1975. Arteche, Miguel. El proceso de la creación artística. Antología. Editorial Nascimento, Sntigo, 1977. Arteche Miguel. Llaves para la poesía. Editorial Andrés Bello, Santiago, Noviembre, 1984. Arteche, Miguel. ¿Quién es quién en las letras chilenas? Agrupación Amigos del Libro, Editorial Nascimento, S.A., Santiago, 1977. Arteche, Miguel. Sólo algunos de mis fantasmas. Texto leído el 27 de octubre de 1983 en el salón de honor de la Pontificia Universidad Católica de Chile, de Santiago, dentro del ciclo "12 escritores y sus fantasmas"; y el 31 de agosto de 1984 en la Academia Superior de Ciencias Pedagógicas de Santigo. Arteche, Miguel. Fénix de madrugada. Ediciones Rumbos, Santiago, 1994. Bachelard, Gastón. El agua y los sueños. Breviarios del Fondo de Cultura Económica, México, 1978. Birlán, Antonio G. El tiempo y el espacio. Americalee, Buenos Aires, 1956. Blume, Jaime. Arteche: fuga a dos voces. Ensayo ganador del primer premio en el concurso "Gabriela Mistral", 1982. Inédito. Bonaparte, Marie. Chronos, Eros, Thanatos. Presses Universitaires de France. Copyright 1952 by Imago Publishing Co., Ltd. England. Calderón, Alfonso. Notas sobre la poesía de Miguel Arteche. Revista Mensaje Nº 156, Santiago, Enero-Febrero, 1967. Campbell, Joseph. El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito. Fondo de Cultura Económica, México. 1ª reimpresión, 1972, 1ª edición en inglés, 1949 y 1ª edición en español, 1959. Carrasco, Iván, Notas sobre la poesía apocalíptica hispanoamericana. Revista Chilena de Literatura Nº 18, Ed. Universitaria, Noviembre, 1981. Cassirer, Ernst. Antropología Filosófica. Fondo de Cultura Económica, México, 5ª edición en español (Colección popular), 1968. 1ª edición en inglés, 1944. Cirlot, Juan Eduardo, Diccionario de Símbolos. Nueva colección Labor, Editorial Labor S.A., Barcelona, 1981. Diccionario de la Lengua Española. Real Academia Española. Decimonovena edición, Espasa-Calpe, S.A., Madrid, 1970. Eliade, Mircea. Mitos, sueños y misterios. Compañía General Fabril Editora, S.A., Buenos Aires, 1961. Eliade, Mircea. Mito y Realidad. Colección punto omega 25. Ediciones Guadarrama, Madrid, 1968. Eliade, Mircea. Traité d'histoire des religions. Prefacio de Georges Domezil, Payot, Paris, 1949. Freud, Sigmund. Obras completas. Volúmenes I y II. Traducción de Luis López-Ballesteros y de Torres, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 1948. Giannini Iñíguez, Humberto. Tiempo y Espacio en Aristóteles y Kant. Editorial Andrés Bello, Santiago, Noviembre, 1982. Grassi, Ernesto. Arte y mito. Editorial Nueva Visión, Buenos Aires, 1968. Gusdorf, Georges. Mito y metafísica. Editorial Nova, Buenos Aires, 1960. Heráclito. Fragmentos. Biblioteca de Iniciación Filosófica, Aguilar. Traducción del griego, exposición y comentarios de Luis Farre, Buenos Aires, 1963. Jung, Carl Gustav. Símbolos de transformación. (Edición revisada y aumentada de Transformaciones y Símbolos de la Libido). Supervisión y notas de Enrique Butelman, Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Barcelona, España, 1982 Jung, Carl Gustav. Tipos psicológicos. Traducción de Ramón de la Serna, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1950. La Sagrada Biblia. Versión directa de los textos primitivos, por Monseñor Juan Straubinger, Edición Barsa, The Catholic Press, Inc., Chicago, Illinois,1963. La Santa Biblia. Ediciones Paulinas, 13ª ed. Bilbao, España, 1982. Lefevbre, Alfredo. Poesía española y chilena. Editorial del Pacífico, Santiago, 1958. Manrique, Jorge. Obra completa. Colección Austral, Espasa-Calpe, S.A., Madrid, 1958. Montes, Hugo. Ensayos estilísticos. Gredos, Madrid, 1975. Novoa, Marcelo. El pulso lírico de Arteche. Simpson 7, Revista de la Sociedad de Escritores de Chile, Volumen VII, Santiago, Primer semestre, 1995. Read, Herbert. Educación por el Arte. Biblioteca de Psicología Educacional y Ciencias de la Educación. Editorial Paidós, Buenos Aires, 1969. Schwartzmann, Félix. Teoría de la Expresión. Ediciones de la Universidad de Chie, Seix Barral, Barcelona, 1966. Sejourné Laurette. Pensamiento y religión de México antiguo. Fondo de Cultura Económica, México, 1957. Servier, Jean. L'homme et l'invisible. Robert Laffont, Partis, 1964. Vilches Acuña, Roberto. Compendio de cultura general. Ed. Cergnar, Santiago, 1979. Villegas-Morales, Juan. Entrevista a Miguel Arteche. Revista Chilena de Literatura Nº 12, Santiago, octubre, 1978. Villegas-Morales, Juan. Estudios sobre poesía chilena. Editorial Nascimento, Santiago, 1980. Urban, Wilbur Marshall. Lenguaje y realidad. La filosofía del lenguaje y los principios del simbolismo. Fondo de Cultura Económica, México 5, D.F., 1ª edición en inglés, 1939; 1ª edición en español, 1952. |
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