solitario,
mira hacia la ausencia (1953)
RETRATO DE UNA
ESTUDIANTE
Todas las cosas del
tiempo, todas las cosas del viento,
vibran entre las suaves
calles en el crepúsculo.
Nombres derramados,
habitaciones solas,
viejas conversaciones
derramadas un día,
voces de mis parientes,
una tarde que sale
desde el mar sumergido,
la soledad de la arena
a mediodía bajo
la luz del sol ardiente:
sobre el caudal lejano
de mi memoria irrumpen,
mientras escucho ahora
las campanadas hondas
surgir desde muy lejos
y el tiempo que se lleva
sobre el río
las cosas del hombre y su trabajo.
Fluyen, caen, se escapan
las vidas silenciosas,
y sólo el río se oye
rodar bajo la noche
sin detenerse, oscuro,
en dirección
al mar, al mar que muere un poco.
¿Es el viento el que
aúlla sobre la mar delgada
de las caras marchitas?
¿Es el viento el que escapa
sobre las hojas muertas
que arrastran sus tormentos,
en el oscuro y triste
mes de abril que presencia
las cosas desvanecidas,
la caediza estela
de la niebla moribunda?
No hay presencia en su cuerpo;
no hay ríos,
ni tierras, ni barcos, ni crepúsculos;
sólo hay un
tiempo amargo que miro aquí en la tarde
bajo la luz eléctrica
mientras allá en la esquina
dos estudiantes pasan
cantando suavemente.
Y ahora irrumpe, irrumpe
la cansada vida
de mi memoria, y ahora
pienso, leo, y mientras canto,
o me miro al espejo,
o rezo, o cuchicheo
grises palabrerías
con una vieja amiga,
escucho ya los sonidos
silenciosos
del pueblo de mi infancia,
oigo las notas, miro
los rostros y los gestos
de mi familia, y vuelve
su rostro joven; su
mirada
regresa entre los ecos
de la calle, penetra
mis ojos que le vieron
partir oscuramente.
Quisiera recordar
tantas cosas: el amor desolado
que yo entregara un
día; cómo quisiera darle
la ternura, entregarle
palabras
como las que él
mismo un día me dejara,
y no esta cansada lejanía
que escucho
rodar desde la noche,
ahora que contemplo
las construcciones
rojas de ladrillos que esperan
una vez que el día
ha terminado. Y recuerdo un tranvía
que rodaba, metálico,
con su carga cansada
-a las tres de la tarde,
un día de verano
ardiente y doloroso-,
y en la calle quedaba
el silencio, la siesta
del sometido asfalto.
¡Escucho las alas
del tiempo que desciende
en mi pobre cabeza!
Una, dos, tres veces siento
el batir de sus alas:
¡Una vez
en la noche!
(Hasta que el tiempo
vuelva.)
¡Dos veces en
la noche!
(Hasta que el tiempo
escape.)
¡Tres veces
en la noche!
(Hasta que el tiempo
muera.)
Y ahora veo a mi madre,
los vestidos usados,
las canciones de una
tarde en la sombra
para el tiempo angustioso;
miro los escenarios
que un día frecuentaba,
el telón, las butacas,
esperando, esperando,
las clases interrumpidas,
las gloriosas mañanas,
la música querida;
y todo se aleja cabalgando
de mi memoria ausente,
y todo vuelve
lentamente a traerme
un poco de nostalgia
y de alegría
efímera.
¿Es el viento el que
pregunta en la noche?
¿Es el viento, es el
viento el que interroga
sobre mi triste y débil
cabeza de muchacha,
es el viento el que
reúne estas cosas lejanas
en mi cama pequeña?
¿Es el viento el que escapa
cerca del patio viejo?
¿Es el viento el que vuelve?
No. Nada vuelve. Nada
ocurre. Pero todo sucede
a veces en la noche.
Y si regresa el tiempo
una vez, dos veces,
tres veces, en la noche:
¡Una vez
en la noche!
(Hasta que el tiempo
vuelva.)
¡Dos veces en
la noche!
(Hasta que el tiempo
escape.)
¡Tres veces
en la noche!
(Hasta que el tiempo
muera.)
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