solitario,
mira hacia la ausencia (1953)
AMARGO AMOR
Teje tu tela, teje
de nuevo tu tela;
deja que el mes de
junio azote el invierno de mi patria;
teje la tela de acero
y de cemento;
junta tus hilos uno
a uno, oh hermoso tejedor;
forma tu tela con fuertes
lazos,
con orgullosos rastros
de sueño.
Toda la tierra está
en las colas del amor;
en las ciénagas
del amor podridas están las manzanas.
Cada día tiene
un eco, un paso, un rastro, gemido;
cada día la
estancia recibe la visita del cuerpo en el lecho;
cada día hay
una mano que desnuda;
cada día descansa
la ropa en las sillas brillantes por el polvo.
Teje tu tela, oh hermoso
tejedor;
teje los restos de
los cuerpos que se unieron.
Entre tus hondos pechos
de relámpagos quietos,
entre tu vientre oculto
de cesto dividido,
en la cálida
ráfaga que viene de tu abrazo,
fui un día tu
sombra, el "cuándo" entristecido,
el "adónde"
que lleva hacia una muerte cierta.
Ya moriré algún
día sin preguntar qué pasa,
qué pasa entre
tus hombros, en el temblor de espiga
de tu escorzo de nieve,
qué viene por
los ecos que acarician tu pelo,
qué flechas
encendidas acumulan tus manos,
qué enamorado
encuentro ha de tocar tu beso.
No es para volver,
no es para cantar
sino tu verde corazón
transfigurado,
la melodiosa sombra
que duerme en tus pupilas,
el afán escondido
que tenía tu ausencia.
Recógeme, amor
mío, con tus cálidas plumas;
recógeme y húndeme
tu ternura llagada;
colócame en
tu olvido, recógeme cantando.
No es para que preguntes,
no es para que indagues
el sitio donde puse
mi corazón hundido;
recógeme, ahora,
para estar en lo ausente,
sin preguntar qué
ocurre, qué pasa, por qué vuelves
tu cabeza de ausente
firmamento.
Cae ahora hacia mi
lado; vuelve
a dividir tu cuerpo,
a derramar tu furia,
hasta que te estremezca
el nombre del combate
que a muerte libraremos,
esa pasión a muerte
entre tú y yo:
un huracán de manos
nos hallará
apretados en los dones sin término
de una tierra total.
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