fénix de madrugada (1996)

 

MONÓLOGO EN LA TORRE

Esta es la Torre donde te refugias
cuando la noche llega y sientes miedo.
Torre de los espejos y los biombos
de carne y de los muros con mil ojos.
Por las habitaciones se pasea
el pavor del silencio que te impide
bajar los párpados. Nunca amanece.
No llega nunca el sol sobre tu almohada.
Con la cera de lenguas que te adulan
cierras en vano tus oídos: no hay
cera en el mundo que cubrirte pueda
del ay y de los ayes moribundos
que clasifican tus sicarios. Suena,
suena el teléfono que tienes cerca.
Te llaman todos tus asesinados,
y cuando cortan de tu mano corre,
cae y resbala un óxido de llanto.
¿Cómo dormir, cerrar, cerrar los ojos
de los muertos que gritan en tu cama?
Te levantas, te siguen, y en tu boca
hay un sabor de sangre derramada
que no podrás restituir. La sangre
tiene puertas y puertas y más puertas
que nunca cerrarás. Y tú lo sabes.
Y cada noche se abren otras puertas
en la Torre, que tú ni tus validos
pueden tapiar. Ni tus bufones.
Y en los muros hay caras que se encienden,
que te acechan, relámpagos de náuseas,
y un grito, un grito allá en los corredores.
Dormir no puedes. ¿Por cuál de esas puertas
vas a salir? ¿Salir? Zumban coléricos
los élitros sin fin de tu helicóptero.
Se apagan ya las caras una a una,
pero otra vez se encienden en tus manos.
¿Jamás las viste? ¿Nunca las tocaste?
También las manos gritan y se arrastran
sobre fecales heces en las cuatro
paredes de la cárcel, cuando se hunden
rayos testiculares. ¿No los sientes?
No te puedes quitar las manos como
quien se saca los guantes. Y te unes
a ellas, sólo a ellas, como el agua
se une en el agua con el agua.

..........................................Siéntate.
En el umbral está el que te esperaba.
¿Lo ves? ¿Lo reconoces? ¿No lo ves?
Pero, ¿qué pueden ver ojos ferales?
Levántate. Te busca el que te espera.
¿Que allí no hay nadie? No: había nadie.
¿Y no eres nadie tú? Vuelve a tu espejo:
algo se arrastra allí, turbio y viscoso.
La niebla cubre ya los corredores.
Más allá de la Torre yace el mar.
Por la ventana que se ha abierto mira,
pero en el mar sólo tú ves su sangre.
La Torre ahora es para ti mortaja
blindada, cerca de tus ojos pétreos.
La noche te rodea en metralletas
que (tú crees) alejan a la muerte.
Los centinelas se responden bajo
la bruma que se arrastra, cubre y lame
los vientres del acantilado. Ulula
una sirena. Un tiro. Ulula un ay
en las tinieblas. Pasos que resuenan,
y tras los pasos una voz. Desciendes.
En los peldaños, nadie. En las paredes,
nadie. En la bruma donde espera nadie.
Las grandes puertas se abren solas: estás
rodeado por tus nadas y tus nadies.

El pulso de las olas late y late.
Si llamas a tus guardias, no responden.
En las explanadas de la Torre ves
sólo el silencio cuya piel divide
el alarido fantasmal de la
gaviota. Las estrellas se han hundido.
Alguien se yergue sobre aquella roca.
¿Y tu poder? ¿Y aquellos que mandabas?
El poder que se pierde es para siempre
un cigarrillo pisoteado.
Sobre el acantilado te detienes,
y allí te espera el único que fuiste.
Pero no está: la bruma te corona
y pone en ti una máscara de vómito.
¿A quién hablas? ¿A quién? Nadie te escucha.
No hay vítores, ni aplausos, ni zalemas,
y nadie multiplica tus palabras.
Hablas a solas para ver si te oyes,
y sólo escupes sílabas de hielo.
Por el sendero que baja a la playa
sube una taza de sangre a tus labios.
¿Que no quieres beber? Tendrás que hacerlo.
¿Pensabas que la sangre derramada
se agota en una taza? Ya no bastan
mil años. En un hombre torturado
estalla toda una galaxia y deja
silencios más silencios, más silencios.
Nunca podrás cerrar los ojos.
En cada grano de arena hay un ojo
que fosforece, te mira y te acecha,
y no hay en ellos pupilas serviles.
¿En dónde estás? ¿Por qué, por qué te miran?
Tus ojos y tus ojos y tus ojos
que ven y no verán y nunca vieron,
¿no saben ver lo que ahora te susurran?,
¿no te acordabas del sabor que tiene
el miedo? El miedo que se pega a tus
labios. La playa ya siente tus pasos,
y hay ayes y más ayes y más ayes
cuando la arena pisas. ¿Quién te hubiera
dicho en la noche que los muertos tienen
tanta sangre? Y ahora estás atado
y no puedes huir. Alguien te acerca
a tu boca un micrófono, y hay voces
membranosas en el viento otoñal,
y hay bisbiseos de viejas sin dientes.
Tarde vinieron, pero ya se acercan.
¿No escuchas los tambores en sus ráfagas?
Ya no hay rincón donde esconderte puedas.
Soy yo el que te habla porque yo soy tú.

Vamos. El barco nos espera.

 

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